La casa se encuentra en el Barrio de Barracas, al sur de la ciudad de Buenos Aires y se ha caracterizado por ser un barrio donde siempre se trabajó con carnes y cueros durante el siglo XIX. Este era un paso importante para los comerciantes que debían dirigirse al puerto, en la actualidad la ruta obligada tiene el nombre de Avenida Montes de Oca.
En el Barrio de Barracas, durante el siglo XX, se asentaron diferentes fábricas de alimentos como Canale, Aguila, Bagley y , en la actualidad, es un barrio que además de tener modernos edificios de loft, cuenta con diferentes empresas.
Los que siguen diferentes mitos de la ciudad cuentan que la Avenida Montes de Oca ha sido protagonista de diferentes historias. Entre ellas, algunas relacionadas con la iglesia de Santa Lucia, la Santa Felicitas y el Hospital de Niños Pedro Elizalde.
Volviendo a la Casa de los Leones, se diria que posee un estilo francés y se encuentra situada muy próxima a Montes de Oca, justo al lado del Hospital. Esta casa pertenecía a Eustaquio Díaz Vélez.
La fortuna que tenía se originaba en la cantidad de extensiones de tierra que poseía en las costas del sur, de sus estancias y de la cantidad de ganado. Su padre también era un hombre muy conocido. Con su mismo nombre, el hombre luchó en las invasiones inglesas junto con Manuel Belgrano.
Su hijo supo invertir el dinero que le había legado su padre. En el año 1880 Díaz Vélez se fue a vivir al barrio de Barracas en una casa quinta. Él era fanático de los leones, los cuales quedaban en sus jaulas para que no pasara ningún accidente ni con los invitados ni con su propia familia
Una de sus hijas se enamoró de un joven que pertenecía, también, a una familia acomodada. Ellos decidieron comprometerse y la fiesta se organizaría en la casa de la novia. Díaz Vélez, feliz por el evento, se ocupó de organizar el evento, invitando a muchas personas
Mientras la fiesta tenía lugar, los leones permanecían en sus jaulas, sin saber que una de ellas se encontraba mal cerrada y al darse cuenta , el animal aprovechó para huir sin que nadie en la fiesta se percatase.
Durante la entrega de anillos, el león salió de los matorrales y se abalanzó contra el novio. Todos se quedaron duros del susto. El único que pudo reaccionar fue Díaz Vélez, quien corrió hacia su estudio y tomó una escopeta. Desde la ventana apuntó y lo mató en el momento. A pesar de su rápida acción, el animal ya había matado al novio.
La familia del novio culpó a la familia de Díaz Vélez por la muerte de su hijo y por tener animales salvajes. Su propia hija también culpó a su padre y lo maldijo.
Con el paso de los días la hija de Díaz Vélez decide quitarse la vida por no soportar tanta tristeza.
Los habitantes de la zona aseguran que por las noches aún se pueden escuchar gritos y llantos. Los gritos pertenecen al novio y los llantos a su novia.
Foto | Flickr.
Me dirijo a Vd., en mi carácter de Vicepresidenta de la Comisión Permanente de Homenaje al General Eustoquio Díaz Vélez, en relación a la leyenda sobre el Palacio Díaz Vélez a fin de efectuar una serie de comentarios sobre esta narración que es interesante pero lamentablemente irreal.
Como ya lo he expresado han aparecido en Internet páginas que incurren en una gran cantidad de inexactitudes -que se bien pueden ser propias de una leyenda- no se condicen absolutamente con la realidad o la verdad.
Efectivamente la mansión situada en la actual Avenida Montes de Oca 110, de la Ciudad de Buenos Aires, fue la vivienda de don Eustoquio Díaz Vélez hijo (h). Aquí hago una primera corrección. El nombre de pila de don Eustoquio es Eustoquio, con “o” y no Eustaquio, con “a” como frecuente e incorrectamente figura nombrado. Así surge tanto de los registros oficiales, cuanto de su denominación corriente ya que sus cuatro propias nietas lo llamaban “tata Eustoquio”.
El nombre Eustoquio se debe a que su padre fue el General Eustoquio Antonio Díaz Vélez (1782-1856), prócer de la Independencia Argentina, Mayor General de las batallas de Tucumán y Salta, quien tuvo tres hijos: dos mujeres y un varón, Eustoquio, el menor.
Otro error que incurren las publicaciones es la ubicación temporal de los hechos. Los datan arbitrariamente en el año 1930. El propio Eustoquio (h) y su mujer doña Josefa Cano Díaz Vélez de Díaz Vélez (quien era sobrina de don Eustoquio (h) por ser hija de una hermana de éste, doña Carmen Díaz Vélez de Cano) falleció en el año 1910, precisamente en la fecha del Centenario, y muy poco tiempo después, su viuda, que no pudo soportar su fallecimiento. O sea, que hay veinte años de diferencia entre lo incorrectamente narrado y la realidad.
Es verdad que don Eustoquio (h) era millonario; efectivamente fue uno de los más importantes terratenientes y uno de los más grandes estancieros de la Provincia de Buenos Aires de fines de siglo XIX y dos veces Presidente del Club del Progreso.
Asimismo el Palacio Díaz Vélez fue una de las principales quintas de la Calle Larga de Barracas que con el tiempo fue reformado por la familia y convertido en un espléndido edificio de líneas francesas rodeado por un hermoso parque.
Pero aparte de estos datos que son correctos no existe la leyenda de los leones que devoraron al yerno del propietario ya que don Eustoquio (h) tuvo solamente dos hijos varones llamados Carlos Segundo y Eugenio Cristóbal. No tuvo, por lo tanto, ninguna hija mujer, ni ésta ningún novio, ni hubo ningún novio comido por león alguno ni ninguna hija suicidada.
Carlos Díaz Vélez, quien era ingeniero, contrajo matrimonio con doña Mathilde Álvarez de Toledo mientras que su hermano Eugenio, quien era arquitecto, con doña María Escalada.
Ambos matrimonios tuvieron dos hijas cada uno: Carlos, a Carmen (su nombre completo era María del Carmen Felicitas, llamada coloquialmente “Tita”) y Mathilde (su nombre completo era María Mathilde, llamada coloquialmente “Patina”). Por su parte Eugenio tuvo dos mujeres también: María Eugenia y Josefina. Las cuatro primas nacidas en la última década del siglo XIX.
La familia de Eugenio continuó viviendo en el Palacio Díaz Vélez mucho después del fallecimiento de Eustoquio (h) y su esposa. Carlos y su famlia se trasladó a un bello petit hotel de la calle Paraguay 1535, aún existente.
Recién con el fallecimiento de don Eugenio, su viuda María Escalada, vende el Palacio y su gran parque al Estado en la década de 1930, el que pasó a integrar la Casa Cuna, luego cedido a la Fundación Vitra, para la rehabilitación de pacientes con problemas respiratorios. Sus dos hijas vivieron en dos magníficos edificios adyacentes a la plaza Grand Bourg: uno, en el más puro modernismo de su época, que es hoy sede del Fondo Nacional de las Artes (que fuera la vivienda de doña Victoria Ocampo, íntima amiga de Mathilde Díaz Vélez) y el otro, construido en los años 1950, que es una gran casa de tres pisos en la Avenida Figueroa Alcorta denominada hoy la Casa del Lapacho, llamada así por tener un magnífico ejemplar de lapacho colorado, hecho plantar especialmente por la familia Díaz Vélez, que sí se destaca por haber incluido en sus viviendas importantes especies vegetales.
De manera tal que, mal que le pese a unos cuantos y en contra de un relato inventado, no existen sollozos ni llantos de ninguna hija de Eustoquio (h) porque el millonario no tuvo ninguna hija mujer.
Espero que estas aclaraciones traigan luz a una historia que no es tal a fin de narrar acabadamente los hechos. Desaparece entonces una historia trágica que es una leyenda. Solamente eso. Algo que no ha sido real.
Finalmente es necesario que breguemos para que el Palacio Díaz Vélez sea adecuadamente catalogado, conservado y se le de un destino a esta magnífica residencia del barrio de Barracas, tal vez la última de su tipo, la que –junto a su centenario parque- debe ser preservada como patrimonio arquitectónico e histórico para las generaciones futuras.
Cordialmente.
Cortita la historia de amor y tragedia.me gusto.
Eustoquio Díaz Velez (Hijo), no tuvo hijas mujeres. Solo dos hijos varones: Carlos y Eugenio. De modo que algo anda mal en el relato.